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Para afrontar los retos más importantes que se nos presentan como sociedad, es innegable la necesidad de conformar alianzas entre las organizaciones de la sociedad civil, el Estado y las empresas. Si bien existe un amplio acuerdo al respecto, muchas veces, tras el impulso inicial, un gran número de espacios de concertación y de alianzas resultan insostenibles o fracasan.

¿Qué organización, comprometida con el bien común, se opondría a reunirse con otras para luchar contra la pobreza, la exclusión y la desigualdad? Aún más: ¿alguna se negaría a sumarse si la propuesta tuviera que ver con trabajar en perspectiva multisectorial y multidisciplinaria en las comunidades más vulnerables y postergadas?
Sin embargo, trabajar con otros no es nada sencillo. Muchas propuestas se desvirtúan y se transforman en una sumatoria de reuniones y de acciones sin sentido y no logran incrementar sustancialmente los impactos individuales.
Al trabajar con otros, hay que administrar egos, compartir y negociar puntos de vista e intereses, discutir las estrategias individuales a la luz de desafíos comunes, dedicar tiempo a sostener la alianza, modificar las lógicas tradicionales de relacionamiento, y compartir o invertir más recursos en un contexto donde muchas organizaciones se esfuerzan por sobrevivir.
La propuesta no es trabajar en solitario. Todo lo contrario. Hay que poner el foco en el proceso de articulación para que sea sostenible, efectivo y eficiente. Es interesante ensayar estrategias más sofisticadas de cocreación, codiseño, coinnovación, coinversión y, sobre todo, de cogestión.
Desde Potenciar Comunidades, una plataforma de trabajo colaborativo que impulsa iniciativas de inversión social, desarrollo territorial e impacto colectivo, identificamos algunas condiciones mínimas a tener en cuenta para generar alianzas más potentes:
En primer lugar, es necesario identificar un territorio de intervención, una temática de interés común o un desafío específico que justifique un abordaje colectivo. En segundo término, se recomienda avanzar en el diseño participativo y en la formulación de un diagnóstico, una agenda, un plan de acción, un presupuesto y un sistema de evaluación capaz de identificar avances, resultados e impactos de la iniciativa. En tercer lugar, es central conformar un grupo promotor de organizaciones comprometidas y legitimadas, que puedan convocar e inspirar a otras a sumarse.
Y es recomendable seleccionar una organización facilitadora del proceso, cuyas funciones tengan que ver con fortalecer la red de actores, la coordinación, la gestión estratégica de los recursos, la coordinación de las acciones, la identificación de oportunidades de mejora, la evaluación y difusión de los resultados y la sistematización de la experiencia de articulación con miras a su replicabilidad.
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El autor también es director de Potenciar Comunidades.