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10 Marzo, 2021
El oro verde argentino: hitos y secretos de la soja a 50 años de la primera gran cosecha
Aporta 20 mil millones de dólares, un tercio del total de las exportaciones nacionales. Cómo llegó al país, los pioneros y momentos clave del “yuyo” que cotiza 530 dólares por tonelada.

La soja cumple este año medio siglo de hitos sucesivos en nuestro país, que la convirtieron en el oro verde argentino, el principal producto de exportación y gran sostén de la economía.

No fue magia. En esta historia reciente hay una verdadera epopeya, una profunda revolución tecnológica y productiva, y el diseño, sin plan alguno, de una nueva estructura socioeconómica del país.

Hace apenas 50 años, la soja era una curiosidad botánica en nuestras pampas. Cultivada en China desde hace 5.000 años, la glycine max (nombre científico) llegó al Río de la Plata hace más de 100 años, pero desde el registro más antiguo, en 1909, atravesó décadas con muchas penas y poca gloria.

Recién en la década del '70 arranca la consolidación. En la campaña 71-72 salta de 30.000 a 80.000 hectáreas y, con ese envión definitivo, mientras 25 millones de argentinos "jugaban" de local el Mundial de Fútbol '78, la soja superó por primera vez el millón de hectáreas.

Un día de 1971, el profesor de botánica Juan José Valla llevó una planta a un aula de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (FAUBA). La meneaba y dijo con entusiasmo: “De esto vamos a obtener harina, aceite para la cocina, leche, y para que el desayuno sea completo hasta el material para la taza. Esto es soja”.

Hasta ahí, todo se circunscribía a lo experimental, mientras reinaban el maíz y el trigo, un poco menos el girasol, y tiempo atrás, otra oleaginosa: el lino. Los futuros ingenieros agrónomos no la conocían. Para verla en un lote debían conseguir una beca de verano en al INTA de Cerro Azul (Misiones) o de Cerrillos (Salta), donde un par de investigadores venían acumulando información. En la facultad se veían fotos y algún material en super 8 que había en la biblioteca de la Embajada de Estados Unidos.

Pero en la FAUBA se abría paso una generación de pioneros de la ola tecnológica que le darían un nuevo destino. Entre los maestros, dos fueron fundamentales para lo que vendría: Antonio Pascale y Carlos Remussi. El primero, profesor titular de la cátedra de Climatología Agrícola. El segundo, a cargo de la cátedra de cultivos industriales. Ambos habían investigado mucho sobre las posibilidades de adaptación de la soja en el país.

Por entonces era muy difícil lograr un cultivo exitoso y cosechar con rindes razonables. El problema principal era el “vaneo”: la soja crecía bien, largaba las flores y parecía que crecerían las chauchas (es una leguminosa, como la arveja) que albergan los granos, de a dos o de a tres por chaucha. Pero no funcionaba. Se suponía que era un problema de sincronización del ciclo del cultivo con la duración del día...

Después descubrieron que había otro problema: la chinche verde, una plaga a la que al principio no se le daba importancia. Pero después se supo que este insecto succionaba savia e inyectaba toxinas que producían el aborto de granos.

En el ámbito privado, también hubo intentos muy loables. El más ambicioso fue el de “Agrosoja”, un emprendimiento del inolvidable ingeniero agrónomo Ramón Agrasar. El, junto con un par de amigos, habían intentado introducir el cultivo comercialmente, pero tropezaron con otro problema: la industria aceitera estaba organizada en torno al girasol y el lino. Ambos tenían la característica de rendir el doble, en porcentaje de aceite, que la soja.

La soja sólo contiene un 18% de aceite, mientras el lino y el girasol contenían por entonces arriba del 35%. Con esta cantidad, las plantas industriales se basaban en el principio de la extracción por presión. Salía casi todo el aceite y lo que quedaba era un residual, denominado “torta” o expeller, que se destinaba a forraje.

Pero la soja no respondía bien a este sistema. Al prensarla, sólo se extraía el 12/13%, quedando el expeller con el resto. La industria aceitera de entonces no manifestó interés en modificar el sistema de procesamiento, por otros que ya existía: la extracción utilizando solvente. Entonces, cuando el interés era el aceite, la soja no generaba un atractivo especial, al menos suficiente como para que la industria tradicional modificara sus sistemas.

Pero la vida te da sorpresas…En 1972, se desata un fenómeno inesperado: la crisis de la anchoveta peruana. ¿Qué tiene que ver esto con la soja? Bueno, la anchoveta era la fuente de harina de pescado que utilizaban todos los productores de carnes, huevos y lácteos a nivel mundial. Algunos más viejos que este anciano recordará que “si vas para Chile” (o a Perú, y muchos otros países) el pollo, el huevo y el queso tenían, allá por los '70, un inconfundible regusto a pescado.

Resulta que en ese fatídico 1972 parece que vino la hoy famosa Niña y se enfrió el Pacífico Ecuatorial. Entonces, los cardúmenes de anchoveta migraron o desaparecieron, entrando en crisis la economía peruana, que era altamente dependiente de este recurso. Y simultáneamente sufrieron todos los elaboradores de alimentos balanceados, que se basaban en la proteína de la harina de pescado.

En 1974, se produce otro hito fundamental. Faltaba semilla, en cantidad y calidad, y Armando Palau, subsecretario de Agricultura del tercer gobierno de Perón, percibió que la soja tendría su lugar y que había que conseguir variedades. Habla con su amigo Agrasar, el de Agrosoja, quien en ese momento era presidente de Dekalb y estaba enojado con el gobierno, porque la Junta Nacional de Granos había declarado de utilidad pública a sus nuevas variedades de trigo (“Lapacho” y “Tala”), saliendo a vender como semilla lo que tenía en sus plantas de silo. “Bolsa blanca” desde el Estado.

Pero el amor es más fuerte. Don Ramón llevaba a la soja en el alma. Le recomendó las variedades que a su juicio eran las más promisorias, y puso en contacto a Palau con los principales bancos genéticos públicos de Estados Unidos. Unas semanas después, un par de aviones Hércules de la Fuerza Aérea traían 80 toneladas de semilla que se repartieron como un maná. Se abrió la anotación de productores y semilleristas. Enrique Sabán, funcionario del área de semillas de Agricultura, fue el responsable del operativo.

Era el momento en el que la humanidad comienza a percibir que si quería avanzar en el consumo de proteínas animales, no iba a ser posible si el recurso principal era la harina de pescado. Arranca la saga global de la soja, que hasta entonces solo formaba parte de las dietas animales en los Estados Unidos.

Brasil comienza la expansión hacia los Cerrados. Justo se funda Brasilia, siguiendo la naturaleza de las cosas. Importantes empresarios paulistas, como la empresa textil Hering, vieron tempranamente la oportunidad de jugarle fichas.

Entre las industrias locales, el malogrado grupo Sasetru prueba suerte al norte de Rosario con “Soyex”, una planta concebida para elaborar soja con el moderno método del solvente. El proceso consiste en un tratamiento físico de la semilla de soja para generar escamas (“flakes”) que luego se sumergen en el solvente. Tras un proceso de agitación y temperatura, todo el aceite sale de las escamas y queda en el solvente. El aceite luego se separa y el solvente se reutiliza. Mientras tanto, las escamas quedan sin una gota de aceite. Se prensan y se logra un “pellet” con alto contenido de proteína. Construyeron una planta de 800 toneladas diarias de capacidad, considerada un elefante blanco en un momento en el que el país no producía soja. Pero la veían venir. Como Agrasar.

Círculo virtuoso para la consolidación

La soja no llovió por generación espontánea. Hubo pioneros, colonizadores y sonados fracasos. Y hubo también extraordinarios triunfadores. Y toda la sociedad, en particular el interior del país, abreva del éxito de un fenómeno de creación colectiva.

De esas primeras variedades, surgieron otras locales. Hasta hoy se han inscripto más de 1.000, y el 76% son desarrollos argentinos. En Asgrow, que luego fue adquirida por Nidera, empezó a investigar Rodolfo Rossi, el gran padre de la genética de soja en Argentina.

Al principio, la soja se instaló como la alternativa para hacer un cultivo de verano detrás del trigo. Antes, cuando se cosechaba el trigo, había que esperar hasta el año siguiente para hacer otra cosa. Maíz, girasol o sembrar pastura para el ganado. Cuando llegó la soja, se abría la posibilidad de sembrar la “de segunda”.

A fines de los ’70, diciembre era un infierno en los campos. Se cosechaba el trigo y los chacareros aceleraban como locos para implantar soja. En el apuro, muchos, muchísimos, quemaban el rastrojo para facilitar el laboreo. Entraban con el arado, luego implementos que disminuían el tamaño del pan de tierra, de pasaba un rolo o un “rabasto”, una especie de pala que emparejaba el suelo. Porque si el suelo quedaba desparejo después no se podía cosechar todo.

Ese laboreo era doblemente costoso. Por un lado, fierros y litros de combustible. Por el otro, un enorme deterioro de la fertilidad de los suelos, sometidos a labranzas indiscriminadas. Eso es lo que le dio a la soja una temprana impronta de “destructora de suelos”.

Pero pronto, a fines de los 80, se abre paso la siembra directa (SD), que algunos pioneros venían probando desde años atrás, como Rogelio Fogante, en el sur de Córdoba. En 1989, el santafesino Víctor Trucco impulsa la fundación de la Asociación Argentina de Siembra Directa (Aapresid) con 23 socios; en 2003 eran más de 2.000.

La soja fue la colonizadora de un sistema de producción diferente. En pocos años la SD fue adoptada por casi la mayoría de los agricultores. Ahorro de combustible, velocidad de implantación de la soja de segunda, menos maquinaria.

Las fábricas de arados e implementos se reconvirtieron rápidamente. Todos pusieron la mira en la sembradora. La Argentina logró competir exitosamente con la tecnología internacional, a pesar de los altos costos y los avatares de toda la industria local. Hoy varias empresas de distinta envergadura exportan sus sembradoras al viejo y al nuevo mundo.

Mientras tanto, un grupo de jóvenes, con el liderazgo de Gerardo Bartolomé, habían creado DONMARIO la empresa que en 40 años logró varios jalones: impulsaron los grupos de madurez más cortos, para ganar un 20% de rendimiento de un año a otro, conquistaron el mercado brasileño de semillas de soja y ya pisan firme en Estados Unidos. Desde la primera variedad de soja, la Mitchell, lanzada en 1984, hasta el éxito de DM 46i20 IPRO STS de esta última campaña, crecieron sin cesar. Y en la próxima campaña se distinguirá por ofrecer todas las tecnologías disponibles en soja con genética de punta para las diversas regiones productivas del país.

En los '90 llegó la biotecnología, que facilitó la siembra directa gracias a la soja resistente al glifosato, un herbicida tan demonizado como el “yuyo”. Con todo, a partir del uso de este fitosanitario, la producción comenzó a crecer a los saltos, con un ritmo de 4 millones de toneladas por año. La superficie pasó de 4 a 20 millones de hectáreas. Tierras condenadas a una ganadería de baja productividad, entraron en una rotación agrícola virtuosa, en siembra directa. Campos liberados del flagelo de malezas perennes, de “combate obligatorio”, y que nadie controlaba porque no había con qué.

El entonces secretario de Agricultura, y hoy canciller, Felipe Solá, comprendió y el 25 de marzo de 1996, hace casi 25 años, aprobó el evento transgénico 40-3-2, más conocido por soja RR (Roundup Ready). La campaña 1998/1999 fue la primera en la cual esta oleaginosa superó en producción al maíz, con 20 millones de toneladas. En la campaña 2014/2015 llegó a 61, 4 millones de toneladas: el triple en 15 años.
Retenciones: impacto en la política

Pocos hechos tuvieron tanta repercusión en la política argentina de los últimos años como las retenciones móviles que se impusieron a todos los granos, el 11 de marzo de 2008. Ya con la soja como protagonista de la economía, la Resolución 125 empezó siendo "un conflicto de los poderosos Kirchner contra el campo sin votos"...

Pero, a partir del progresivo involucramiento progresivo masivo, en la madrugada del 17 de julio de ese año, el voto "no positivo" del entonces vicepresidente Julio Cobos derrumbó la medida. Esa inédita discusión por impuestos provocó una grieta social. Entre otros distanciamientos, generó el de los actuales presidente y vicepresidenta de la Nación, durante una década. En muchos casos, las diferencias ideológícas se sostienen desde entonces.

En el imaginario político argentino se considera que la soja fue una bendición para Néstor Kirchner y no tanto para para los gobiernos de Cristina Kirchner. Sin embargo, el varón de la pareja presidencial no gozó de precios internacionales altos y cobró menos porcentajes por derechos de exportación. El récord de precio internacional de la soja, 650 dólares por tonelada sucedió en Chicago en septiembre de 2012, en medio de una sequía global.

“Lo que dejó la sensación de que Néstor aprovechó mejor a la soja no fue el precio internacional sino otras condiciones. La soja creció mucho en volumen y el tipo de cambio real era mucho mejor, con un Estado que era mucho más chico que en los siguientes gobiernos”, explica David Miazzo, economista jefe de la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de la Argentina (FADA).

De lo que no quedan dudas es que “el yuyo” hoy es un oro verde para la administración de Alberto Fernández. La cotización internacional está en torno a 530 dólares por tonelada y, de ese valor, quedan casi dos tercios en las arcas del Estado, vía retenciones y brecha cambiaria.

El apodo de "yuyo", en rigor, no surgió como despectivo, sino como elogio. Hasta que los políticos le cambiaron el sentido, los productores piropeaban de esa manera a la soja, por su mejor adaptabilidad respecto de otros cultivos a los desafíos del suelo y el clima.
Innovaciones tecnológicas y sustentables

En esa evolución de la soja, las innovaciones tecnológicas de su ecosistema productivo siguieron tallando contra viento y marea, con articulaciones entre lo nacional y lo global, como público-privadas.

En ese sentido, uno de los últimos hitos de la ciencia argentina es la tecnología HB4, basada en un gen del girasol que confiere tolerancia a sequía. Es la única tecnología OGM en el mundo con esa característica para cultivos de trigo y soja.

A partir de 2003, la empresa nacional Bioceres comenzó a trabajar en colaboración con un grupo de científicos de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), liderado por la doctora Raquel Chan. Desde 2020, la tecnología se está ampliando a través de "Generación HB4", un programa de agricultura regenerativa y de identidad preservada que integra buenas prácticas agrícolas y tecnologías diseñadas para compensar las emisiones de carbono, reconstituir la salud del suelo, mejorar la utilización del agua y proporcionar trazabilidad de principio a fin.

Para la próxima campaña, se viene otra ruptura paradigmática en el manejo de la soja. La tecnología Enlist es una nueva generación en soluciones para el control de malezas, una problemática que ha crecido en la última década y provoca importantes mermas de rendimientos.

Empresa globales líderes como Corteva Agrisciences ofrecerán un paquete tecnológico, desde las semillas y los fitosanitarios hasta un programa de buenas prácticas de uso, para controlar, por ejemplo, la deriva en las aplicaciones.

 En tanto, la empresa de origen alemán BASF, con varias décadas en Argentina, sigue acompañando los desafíos que va planteando la evolución de la soja, con fungicidas, herbicidas y, en semillas, con el lanzamiento de 5 nuevas variedades, este año.

Y, también en el marco de la producción de soja, FMC, una de las principales firmas globales en ciencias del agro, anunció este lunes que comenzará a producir en Argentina el Rynaxypyr, uno de sus principales ingredientes activos.
Dinamismo en el interior, dólares para la economía

La cuestión es que la soja no solo provee divisas, sino que estableció la base de una nueva agricultura. Inclusiva, de corte industrial, de escala. Las dos empresas agropecuarias que cotizan en Wall Street son argentinas: Adecoagro y Cresud. De la mano de la soja se dio la expansión internacional de la semillera DONMARIO, lider en Brasil y con pies en Estados Unidos y otros 15 países, incluida China. Otra empresa como la rosarina Bioceres, que abrazó la idea de desarrollar biotecnología nacional, también cotiza en Nueva York.

Mientras tanto, a la vera del Paraná se instaló la industria de crushing (o molturación, el sistema de procesamiento de soja por solvente) que es el polo más poderoso del mundo en su rubro.

El complejo soja (harinas, aceites y granos) es por lejos la principal fuente de divisas, exportando con valor agregado la mayoría de los productos y subproductos de este cultivo.

Para que fluyeran las inversiones de las principales operadoras mundiales de productos agrícolas (Glencore, Cargill, Dreyfus, la china Cofco, Bunge) más pujantes empresas locales como AGD, Vicentin o la cooperativa ACA, hubo un par de hitos fundamentales: la desregulación portuaria y el dragado de la hidrovía del Paraná.

Si la Argentina es todavía viable, es porque hicimos todo esto. Sin un plan, sin una política de Estado de largo plazo. A los tirones, a las escondidas, buscando la forma de huir hacia adelante. Ha sido complejo, sinuoso, caminando al borde del precipicio. Pero lo supimos conseguir.

Hoy la soja es el eje de un gran complejo agroindustrial (entre el grano y sus subproductos), que este año ingresará a la economía argentina 20 mil millones de dólares, un tercio del total de las exportaciones nacionales. Dejemos que la historia fluya. Y continúe.

PIONEROS DE LA SOJA

ANTONIO PASCALE
Profesor de la Facultad de Agronomía de la UBA, fue uno de los principales impulsores de la soja, junto a Carlos Remussi, Juan José Valla, entre otros pocos.

RAMÓN AGRASAR
Desde mediados de los ’50 batalló casi en soledad para instalar lo que era una “curiosidad botánica”. En 1974, fue clave para traer semillas de Estados Unidos.

VÍCTOR TRUCCO
Impulsor de la siembra directa, el sistema conservacionista de suelo y ambiente, que apuntaló el salto de la soja. Fundador y primer presidente de Aapresid.

ROGELIO FOGANTE
Técnico del INTA, audaz ampliador de fronteras técnicas y geográficas. Evangelizó con sus “ideas revolucionarias” de hacer agricultura sin remover el suelo.

RODOLFO ROSSI
Es considerado el padre de las semillas de soja en Argentina. Creó incontables variedades y fue clave en la adaptación local de las resistentes al glifosato.

HºECTOR BAIGORRÍ
Técnico del INTA, impulsó una red nacional de cultivares para que los productores sepan con transparencia las fechas, grupos y rindes en las diversas regiones.

GERARDO BARTOLOMÉ
Líder de DONMARIO, la empresa de semillas que es líder en Argentina y Brasil. Instaló los grupos de madurez cortos, que mejoraron notablemente los rindes.

HUGO GHÍO
Uno de los productores más comprometidos con la innovación y la intensificación tecnológica. De cuidar el agua y la erosión a bajar costos y ampliar la productividad.

GUSTAVO GROBOCOPATEL
Apodado el “rey de la soja”. Llegó a sembrar 150.000 hectáreas en el momento de mayor explosión del cultivo. Protagonista de debates con perspectiva social.

JORGE ROMAGNOLI
Segundo presidente de Aapresid, equilibró la mirada profunda sobre el lote con el posicionamiento internacional de la soja y toda la agricultura argentina.

OSCAR ALVARADO
De una carnicería a una megaorganización de siembras asociadas, en su corta vida. Presidente de AACREA, tendió puentes con referentes sociales y educativos.

RAQUEL CHAN
Científica que desarrolló HB4, gen resistente a sequía para soja y trigo, en el marco de una articulación público-privada de vanguardia global.

SANTIAGO LORENZATTI
Referente de la nueva generación que sigue abriendo caminos. Impulsó la Agricultura Certificada (AC) para reconocer y darle valor a la producción sustentable.

CÉSAR BELLOSO
Lleva 4 décadas innovando: en DONMARIO, en Aapresid y ahora también con los cultivos de servicio y la producción de alimentos para nuevos consumidores.

Fuente: www.clarin.com/rural

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