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Por Pablo ortega. Publicado en El Cronista
Diez de la mañana. Gustavo Grobocopatel se reúne con APERTURA en un café de Palermo, muy cerca de su casa. Aunque a fines de 2016 vendió el 76 por ciento de la compañía al fondo de private equity Victoria Capital, Grobocopatel sigue siendo presidente del directorio y la cara visible de Grupo Los Grobo, donde su familia mantiene el 24 por ciento del capital. También conserva la buena predisposición de siempre para hablar sobre el negocio y, en particular, las perspectivas del agro local. “El panorama que tenemos hoy es de una cosecha récord, con rindes récord por encima de lo presupuestado. Esto tiene que ver con la tecnología y el clima, entre otros factores. Tenemos plantas de silos desbordadas, camiones que no alcanzan; esto trae nuevas expectativas para la campaña que viene”, dice, sobre el momento actual. “Lo más crítico es que estamos viviendo de tecnologías que se fueron generando en los últimos 10, 15 años y es tiempo de empezar a pensar en nuevas tecnologías de acá a los próximos 20 años, donde la agricultura va a ser totalmente diferente”, plantea.
¿Cómo será esa agricultura?
Va a ser robotizada, con agricultura de precisión, productos biológicos, mejor transporte. Hay que hacer todas esas inversiones para seguir siendo líderes y no tomadores de tecnología. En la siembra directa hay mucho de tecnología, silo bolsas que nos permiten tener cosechas récord sin necesidad de tener la inversión que tendríamos que hacer. Si no hubiese silo bolsa la logística colapsaría y se requeriría una inversión más importante en bienes de capital.
Hacia delante, ¿qué tecnologías revolucionarán al sector?
En el futuro se verá la convergencia de varias tecnologías, Internet de las Cosas, sensores, robotización, la semilla lista para usar, que es la semilla sofisticada de la biotecnología acompañada por microorganismos, moléculas químicas, un montón de cosas que vendrán y que van a tender a bajar los costos de producción y a mejorar la productividad y la calidad.
¿Se está aplicando algo de eso en la Argentina?
Se están haciendo algunas cosas, pero tímidas, son avances que todavía no están estructurados. Requieren algunos cambios en reglas del juego, como la ley de semillas. En algunos desarrollos necesitamos activar el compre local para que nos permita que las empresas pequeñas puedan desarrollarse. En otros casos el problema es financiero, necesitamos un mercado de capitales que no está desarrollado.
Luego de la declinación de los grandes pooles de siembra, ¿cómo se organiza hoy el negocio agrícola?
Perdieron importancia los pooles de siembra con capitales extranjeros, que ya casi no hay y fueron reemplazados por contratistas locales, medianos o por pooles pequeños que son más competitivos cuando hay este tipo de restricciones. Ese proceso marca que el temor que había de la concentración no se dio como se creía. El negocio hoy se estructura por pooles más chicos y contratistas locales. De todas maneras, el porcentaje de tierras arrendadas sigue siendo alto, porque es una mega tendencia estructural del negocio, es un reordenamiento del trabajo, donde el más eficiente o el que tiene más conocimientos es el que maneja la gestión. Si la gestión de la agricultura la hace alguien que no sabe es muy peligroso, porque los números son muy finos y la diferencia entre ganar y perder dinero son pequeños detalles.
Más allá de la zona núcleo, ¿el sector es rentable con la presión impositiva que tiene?
Se les complica a los más alejados de los puertos. La rentabilidad este año va a ser buena porque los rindes son buenos, pero habitualmente eso está muy en el límite, y luego de las últimas retenciones. El problema es que ahí no se genera ahorro que pueda ser reinvertido en el procesamiento de las materias primas. Si tuviésemos más ahorro en el interior ese dinero no se guarda, se reinvierte en infraestructura, en silos, camionetas. Necesitamos estimular el procesamiento de esas materias primas en los lugares de origen, eso es una cuenta pendiente que tenemos para agregarle valor. Si se estimulara eso el productor, en lugar de invertir en ladrillos, invertiría más en la cadena. Esa situación se mantiene, no ha cambiado.
¿Estimular esa inversión depende solo de una baja de las retenciones?
Desde 2012 a esta parte pasamos por un período bastante oscuro. Uno no puede medir lo que perdimos de hacer de 2009 a 2015, porque no nos damos cuenta de qué hubiese pasado si hubiesen liberado la fuerza productiva. Probablemente hoy no tendríamos 140 millones de toneladas, tendríamos 200 millones con más industrialización e infraestructura. Cuando uno mide eso, el deterioro es mayor. El campo podría haber creado mucho más empleo de calidad. Ahora hay una reactivación en términos de cantidades de volúmenes y tenemos que pasar de eso a productos más diversos, procesados y algunas otras cosas de la agricultura del futuro, post granaria, vinculada a que la producción agrícola no se usa solo para producir granos sino para producir energía, bioplásticos, cemento y otros productos industriales que salen de las plantas.
Hace poco mencionó el potencial que tienen las legumbres. ¿Es una oportunidad para la Argentina?
Sí, es un nicho que tiene destino de grandeza porque el mercado mundial va a crecer entre US$ 10.000 y 15.000 millones y la Argentina podría ser el proveedor del 50 por ciento de eso. Sería exportar US$ 5000 millones de un producto que no reemplaza a los otros sino que lo complementa, porque las legumbres son doble cultivo por año. Las legumbres no le sacan superficie a la soja, se puede hacer las dos cosas: la legumbre primero y soja después en el mismo año.
¿La industria local es muy chica en ese segmento todavía?
Sí, somos chicos y tenemos que crecer mucho. Hay gente que ya lo está viendo pero las cosas no son automáticas, se requiere de organización, inversión en tecnología, hay que alinear al sector privado con el público detrás de este objetivo que es ser líderes mundiales en legumbres.
Más allá de la frontera
¿Los 150 millones de toneladas de producción de granos son un techo?
No, se va a ir rompiendo. Obviamente podría ir más rápido sin retenciones, que alteran la relación insumo producto porque el producto es más barato y el insumo más caro en relación, entonces uno tiende a usar menos insumos. Si lo que se cosecha vale más el productor usa más tecnología, mejor calidad de semillas. Ese punto tiene un impacto sobre la productividad que podría traducirse en 10, 20 millones de toneladas más solo por un aumento de los insumos con retenciones cero o mínimas, del 3 o 5 por ciento. Si a eso le sumamos el aumento de la superficie de productos como legumbres y demás, y el avance productivo con la agricultura de precisión, todo eso sin crecer en superficie, es fácil tener entre 20 y 40 millones de toneladas más, se podría estar cerca de los 200 millones. Ese podría ser un techo porque, por más que usemos otra tecnología como el riego, habría que procesar por lo menos la mitad, que es el gran desafío hoy. Hay que hacer más carne, más lácteos. En esto de la agricultura post granaria, una tonelada de soja vale US$ 300 pero un subproducto de la soja puede valer US$ 3000 o 30.000 la tonelada. Entonces podría crecer mucho el valor neto del producto sin aumentar la cantidad de toneladas. Se puede transformar en bioplásticos, en azúcares.
¿Eso se verá en los próximos 10 años?
Es bastante rápido si se liberan las fuerzas productivas, hay ahorro y capacidad de invertir. Las tecnologías ya están desarrolladas y la demanda mundial está creciendo, así que se puede hacer. Hay otro punto más que me interesa hace mucho: es la idea basada en la experiencia de Finlandia, que tenía bosques y desarrolló una industria electrónica muy sofisticada para cortar la madera. A partir de eso nació Nokia, o sea que es hija de la madera. En la Argentina hay algo similar. El presidente de Toyota siempre dice que hicieron la fábrica de pick ups acá porque había soja y agricultura, o sea que la industria automotriz más competitiva que exporta al mundo es hija de la soja. Esto quiere decir que veníamos analizando la agricultura, la agroindustria y las cadenas de valor, pero ahora hay múltiples cadenas de valor asociadas creando ecosistemas. El ecosistema agrícola de alta competitividad genera una industria automotriz de alta competitividad, que a su vez emplea cada vez más personas en las tecnologías de las nuevas generaciones: inteligencia artificial, impresoras 3D, IoT. Uno ve que en la agricultura la Argentina puede vincularse cada vez más con el turismo gastronómico en la producción de alimentos regionales, puede haber un desarrollo de la comida argentina como en Perú. Son múltiples las cadenas que se empiezan a vincular con estos sectores. Si hay más dinero en el interior, hay más gastronomía, más turismo cultural; esa es la forma que tienen los agronegocios de dinamizar al resto de los ecosistemas. Obviamente no es lo único y hay que desarrollar otras cadenas, pero la tracción no es solo del nivel productivo de granos sino de todo el ecosistema.
¿Qué horizonte ve para el precio de la soja y de los otros granos?
Tenemos que aprender a ver a los precios como un rango amplio y con volatilidad. En la medida que aumenta la demanda hay que aumentar la producción, que es cada vez más difícil de sostener porque hay que ir a zonas marginales, con mayores costos de producción. Los precios tienden a los costos de producción; con el precio actual (internacional) entre US$ 320/340 estamos cerca de eso, más cerca del piso que del techo. No sería raro que ante la falla de la producción en algún país los precios vuelvan a subir, no a US$ 600 pero sí a US$ 450. Aquello de 600 se logró porque hubo falla en la cosecha y una demanda de maíz para biocombustibles, tres o cuatro cosas que se alinearon. Lo normal sería que el precio fluctúe entre los US$ 320/330 y los US$ 420/430. Puede haber algún aumento excepcional y ese rango tiende a la suba porque cada vez el costo de producción es mayor. Con ese rango y sin retenciones habría un excedente que debería invertirse en el desarrollo de los ecosistemas agrícolas, en la agricultura postgranaria, en la industrialización para ser el supermercado del mundo. En ese escenario, a las zonas más alejadas les cambia todo. El gobierno anterior hizo el plan estratégico alimentario 2020 y decía que el PBI argentino podría crecer 3 por ciento adicional con la implementación de estas cosas que estamos hablando. Es muy relevante. Hay que tener conciencia de eso y hacer lo que corresponde.
¿Cómo analiza el contexto macroeconómico actual?
Estamos en el corto plazo en un año electoral, con una elección bisagra. La sociedad tendrá que decidir si quiere cambiar o no, pero venga quien venga habrá que hacer una serie de transformaciones importantes para reencauzar a la Argentina. Si no, se seguirá profundizando el deterioro. El tema es en quién confía la sociedad para hacer esas transformaciones, eso en el corto plazo. A largo plazo va a haber que hacer un gran sacrificio, una especie de economía de postguerra, y es muy importante tener la visión de hacia dónde vamos y cómo avanzamos para ver la luz al final del camino.
¿Se refiere a las reformas estructurales de las que se habla?
Sí, una reforma impositiva, del Estado, laboral, educativa. Es lo que se debe hacer en una economía de postguerra, y renegociar cuestiones relacionadas con la deuda. Hacer un amplio consenso nacional de crecimiento de precios y salarios. Es una reflexión amplia y un compromiso profundo.
(Publicada en la edición 305 de la revista APERTURA; mayo 2019)